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Mi diario de a bordo

Adivina

8 comentarios

     ¡Muy buenos días!

Pues eso, que de adivina tengo muy poco… Quien ganó ayer el Nobel de Literatura fue D. Mario Vargas Llosa. Me alegro. Tiene obras muy buenas y alguna menos excepcional, pero es un referente, tiene una trayectoria válida y encima, escribe en castellano. Se está hablando y escribiendo mucho sobre si se lo merece, si es justo, si es conveniente. Por mi parte, enhorabuena a D. Mario y a seguir escribiendo si le queda ilusión por hacerlo.

Os dejo un par de enlaces donde se comenta el Nobel. Por una parte el amigo Jesús Ortega en su blog El Clavo en la Pared: http://lacomunidad.elpais.com/jesusortega/posts. De paso, si entráis, no dejéis de leer los aforismos que publicó ayer…

… y de otra Fernando Valls en su bitácora La Nave de los Locos: http://nalocos.blogspot.com/.

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Ilusión me hace traeros hasta aquí el texto de la presentación que Ginés S. Cutillas hizo de la novela «Un extraño lugar para morir» de Alejandro Pedregosa. Ilusión doble porque les conozco y porque ambos llevan una trayectoria estupenda. Ginés me pide especialmente que le de las gracias a Ángel Olgoso por haberle «copiado» el tipo de presentación. Dicho y hecho:

Hace unos meses, Pepo (Alejandro Pedregosa) me otorgó el honor de presentarle en Barcelona su primera novela negra de título “Un extraño lugar para morir”, ambientada en los Sanfermines de Pamplona. Acepté enseguida, pues le tengo cariño (muchas horas de bar en Granada lo avalan) y considerando que siento a Barcelona como mi hogar, entendí que era doble el honor otorgado. Pero le dije la verdad, que no entendía nada de novela negra. Aún así, insistió y me dijo que era libre para escribir lo que quisiera.

Yo sé que en ese momento de generosidad desmedida de su persona hacia la mía olvidó el humor negro que gastamos los valencianos, así que procedo a leer la presentación estructurada en trece puntos que he titulado: Por qué odio a Alejandro Pedregosa.

Empezaré con los puntos evidentes y más personales para centrarme más tarde en la obra que hoy presentamos.

1. Odio a Alejandro Pedregosa porque es más joven que yo, aunque no lo parezca, pero es más joven, y eso siempre molesta. Año y medio para ser exactos. (Granada, junio del 74). Aunque este punto quizá sea el menos importante pues a la vista esta que la vida le ha afectado tanto como a mí.

2. Odio a Alejandro Pedregosa porque Siendo más joven que yo tiene más libros publicados y encima también se le da bien la poesía. A saber:

– Postales de Grisaburgo y alrededores 2000, (Accésit Premio García Lorca, 2000)

– Retales de un tiempo amarillo (Premio Ciudad de Trujillo, 2002)

– Paisaje quebrado (Premio novela corta José Saramago 2004)

– En la inútil frontera (Premio nacional de poesía Paloma Navarro, 2005)

– Los labios celestes (Pre-textos 2008) (Premio Arcipreste de Hita, 2007)

– El dueño de su historia (Point de lunettes, 2008)

– Un extraño lugar para morir (Ediciones B, 2010)

3. Odio a Alejandro Pedregosa (y este punto se deduce del anterior) porque tiene muchos más premios que yo.

Despachados los primeros puntos personales, intentaré destrozar la novela con los diez puntos restantes.

4. Odio, odio, odio a Alejandro Pedregosa porque es capaz de crear un personaje creíble. Algo nada evidente. Cuando me estaba leyendo la novela, hubo un momento en el que pensé que había hecho trampa y que “simplemente” había trascrito este caso de algún amigo inspector de policía al que ni siquiera se había molestado en cambiarle el nombre: Javier Uriza.
Dice Leonardo Padura (escritor cubano de novela negra, ganador del prestigioso premio Dashiell Hammet) que mucha gente le pregunta por la calle por Mario Conde, no el banquero encarcelado, sino su conocido personaje, un policía que quiere ser escritor. Eso mismo consiguió Connan Doyle con su Holmes. Es famosa la anécdota de que la gente le escribía cartas al 221 de Baker Street felicitándole por sus logros detectivescos. Créanme -la gente que me conoce sabe que es verdad-, me he tirado los últimos diez meses estudiando a Holmes, viendo como podía crear un personaje creíble que me pudiera reportar beneficios económicos (seamos prosaicos) para crear una posible saga cuyos derechos se disputarían las televisiones de todo el mundo, telecinco incluida. No es fácil hacerlo. Diez meses para darme cuenta de que un héroe como Holmes, en una sociedad globalizada como la de hoy, la sociedad de la información, no funcionaría en absoluto. Los personajes funcionan en la época en que les ha tocado vivir y Javier Uriza ha elegido muy bien la suya. Un inspector cincuentón que tiene como fin llegar a la jubilación sin que le den muchos problemas, que tiene una ayudante de 30 años (Bea) que estudió derecho y un master en nosequé (como dice el mismo Uriza), que le da mil vueltas, en lo técnico y en lo social, en la forma de relacionarse con la gente, en la forma de entender el oficio de policía. Una pareja que carece de tensión sexual (y eso es lo que me encanta: hubiera sido demasiado fácil jugar con este punto como lo hace Silva con su pareja de la guardia civil), pues Javier Uriza señores, sigue enamorado de su mujer de toda la vida: Rosa. Con la que lleva 27 años casados. Y no sabe, o mejor no quiere saber, la orientación sexual de su hija Amaia que le habla, siempre por mail o teléfono desde Suiza de una relación que tiene con un/una tal Nicole. Un matrimonio que comparte cuadrilla en Pamplona, la cuadrilla de toda la vida, que vive y bebe juntos y con eso llegamos al punto…

5. Odio a Alejandro Pedregosa porque Un lugar para morir cumple con una de las reglas más importantes de la novela negra –a mi manera de entender la literatura con mayúsculas-. Y cito literalmente a Padura: “El escritor se puede quedar en el ingenio, en la superficie, o profundizar en la vida, la sociedad y la Historia; cualquiera de los grandes asuntos de la literatura pueden abordarse desde la novela negra “. Y eso es lo que hace Pedregosa. Retrata a la perfección una sociedad, la pamplonica, con sus hábitos, sus valores, sus compromisos, su ambiente político, su tradición y hasta su folclore, a la perfección.
En el último San Fermín coincidimos en Pamplona y ataviados con el pañuelo rojo y vestidos de blanco (unos más que otros), nos faltó tan sólo correr delante de los toros (misión reservada a valientes o australianos) para comprobar in situ que Pepo, Alejandro Pedregosa, se sabía mover por Pamplona como un parroquiano más. Lo que me lleva al punto…

6. Odio a Alejandro Pedregosa porque lo fácil, siendo de Marbella, hubiera sido situar la acción en un entorno más conocido por él, no exento de escándalos públicos, mafias, desfalcos, corrupciones, Pantojas y Julianes, y se fue a por lo difícil… y lo peor: le salió bien, demasiado bien.
Tan bien aceptada fue la novela en Pamplona, que mientras un servidor vagaba por sus calles sin rumbo fijo, él estaba invitado, merienda incluida, en el palco de honor de la plaza de toros (uy perdona, se me ha escapado, Los toros en Barcelona están muy mal vistos), y no existía librería con escaparate en la ciudad que no se jactara de tener la novela más in de los Sanfermines… Pero me estoy yendo del tema…

7. Odio a Alejandro Pedregosa porque ha conseguido lo que yo no he sido capaz: crear un tándem literario que funciona, a la altura de Bevilacqua y Chamorro de Lorenzo Silva, o de Holmes y Watson de Conan Doyle, y que dotándolos de una vida propia, con sus problemas domésticos, sus vidas sexuales, sus preocupaciones mundanas y sus miserias, les dota de tal grado de credibilidad -insisto en esto porque es lo que más me llamó la atención de la novela-, que hace (y esto lo espero de corazón) que sean susceptibles de realizar una saga.
Una de las características que más me impactó de Sherlock Holmes, al igual que pasa con los personajes de Silva, es que los protagonistas crecen, se casan, se divorcian, ascienden profesionalmente, enviudan, incluso mueren una vez como en el caso de Holmes, en una palabra, crecen interior y exteriormente al mismo ritmo que el lector, por lo que parece, efectivamente, que el caso te lo está contando una persona real que ha vivido los hechos. Eso lo hace muy bien Pedregosa.

8. Odio a Alejandro Pedregosa porque tiene la extraña facultad de utilizar los personajes aparentemente secundarios de la historia como principales a la hora de que avance la acción de la novela: su jefe, el comisario principal López de Murua, Silvia Nur, la música de 40 años, concertino de la Orquesta Ciudad de Granada y antigua amante del escritor muerto Lucio Maestre y a Carmelo Bello poeta trepa que doraba la píldora al muerto, elevando incluso a éste, al propio muerto, de elemento pasivo a elemento activo en el hilo argumental. Todos los personajes tienen su papel principal en un momento de la novela que hace que los demás arranquen nuevas acciones. Todos y cada uno de ellos están totalmente justificados y bailan a la perfección la coreografía que su autor les ha dictado. Nada es gratuito.
Además, en todos ellos he reconocido gente real que vive en Granada, incluso en el escritor muerto he vislumbrado al propio autor que según su mejor amiga Silvia Nur, y cito: “Sólo le motivaba la cultura, la amistad y la belleza, en ese orden”. Lo que me lleva a odiarlo también por demostrar el poder de observación que todo buen escritor ha de tener. Pedregosa aquí lo borda.

9. Odio a Alejandro Pedregosa por lo bien que elige los nombres de los personajes. Silvia Mur no puede ser otra cosa que concertino de orquesta, igual que a Antonio López de Murua no le queda otra que ser Comisario Principal ni a Carmelo Bello el poeta trepa, desagradable y aprovechado. Por no hablar de Lucio Maestre, perfecto nombre de escritor muerto que incluso huele a arenque ahumado.

10. Odio a Alejandro Pedregosa porque, siguiendo con el manual del perfecto autor de novela negra, el hombre solitario sentado al fondo del bar siempre resuelve el caso pero, indefectiblemente, pierde en lo personal. Eso le pasa al comisario Uriza, que siendo pamplonica arraigado en tradiciones, se encuentra con un muerto (el escritor de moda) en la habitación de hotel La Perla, donde Hemingway se hospedaba, el mismo día del chupinazo que arranca las fiestas grandes de Pamplona, para estropearle la diversión hasta las últimas horas, cuando toda la ciudad entona el pobre de mí y las piezas del caso, magistralmente, encajan. Una novela estructurada en nueve actos, tantos como días tiene la fiesta de los San Fermines.

11. Odio a Alejandro Pedregosa porque como buen maestro de novela negra sabe poner banda sonora y humor en el momento adecuado (cuando el caso todavía parece una simple riña entre amantes gays desairados). “Si el jazz envolvía los desvelos de Santiago Biralbo en El invierno en Lisboa de Antonio Muñoz Molina y el Bernard Gunter de Philip Kerr rumiaba sus preocupaciones a ritmo de tango en los locales más decadentes de Buenos Aires en Esa llama misteriosa”, Pepo, Alejandro Pedregosa, se marca un revival pachanguero con dosis de humor inteligente, en un bar en mitad de un interrogatorio, cuando Uriza aborda al dueño del local. Leo literalmente (Pág. 64 y siguientes: Carrá, Bosé y Rafael).

12. Odio a Alejando Pedregosa porque utilizando como ingredientes dispares en la misma novela a rusos, a amantes despechados, a las relaciones personales, a escritores y aspirantes a escritores, a los kikilikis de la tradición pamplonesa, a Miguel Indurain y a Mikel Urmeneta (sí, el de las camisetas del Kukusumusu), incluso a la escena quinta del acto primero de Hamlet (la venganza por antonomasia) donde hijo y fantasma intercambian los papeles, consigue salir indemne y más que victorioso de todo ello.

13. En fin, odio a Alejandro Pedregosa porque de no haberme regalado el libro, lo hubiera comprado con los ojos cerrados después de leer las críticas que le han hecho. Y lo odio, porque después de habérmelo leído, analizado y disfrutado, no puedo decir otra cosa que: Este libro me hubiera gustado escribirlo a mí.

(Por qué odio a Alejandro Pedregosa – Presentación de Un extraño lugar para morir de Alejandro Pedregosa en Barcelona el 22 de septiembre).

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También me hace especial ilusión publicar un cuento de Millás. Quizás sea porque yo también soy «grande»:

MUJERES GRANDES (Juan José Millás en «Los objetos nos llaman», Editorial Seix Barral)

A mi madre le gustaban las historias de hombrecillos que cabían en la palma de la mano. Todos los años, cuando comenzaba el invierno y sacaba los abrigos del fondo del armario, nos decía: «Mirad bien en los bolsillos, no vaya a haber hombrecillos y les hagáis daño al meter las manos.»

Si nos veía entrar en una habitación a oscuras, nos pedía que lleváramos cuidado para no pisarlos, y por las mañanas, antes de ponernos los zapatos, teníamos que comprobar que no se había colado ninguno en su interior. Una vez me regalaron un gato, pero mamá me convenció de que lo devolviera, no porque a ella no le gustaran los gatos, sino por el peligro que podía constituir para los hombrecillos. Nunca vi a ninguno, pero vivía obsesionado con ellos y durante el desayuno solía dejarles, en un travesaño que había debajo de la mesa del comedor, un par de galletas que a la hora de la cena habían desaparecido. Quizá mi madre las retiraba en secreto. Tal vez se las comía ella misma para alimentar a los hombrecillos que llevaba dentro de su cabeza.

Hay una rama de la literatura que se ocupa de los hombrecillos. SOn gente cuya única particularidad es la de caber en un dedal. Yo tuve muchas fantasías con ellos, sin duda influido por la obsesión de mi madre y por la lectura de Gulliver. Como fui un niño solitario, los hombrecillos imaginarios llenaron el vacío de las relaciones personales. A veces, cuando abría un cajón, intentava sorprender a uno de estos hombrecillos escondiéndose detrás de un carrete de hilo. En el cuarto de baño, jamás quitaba el tapón del lavabo antes de comprobar que no había hombrecillos flotando en el agua.

Creo que no tenían ningún rasgo de carácter en particular. No eran buenos ni malos, ni locos ni cuerdos, ni ignorantes ni sabios. Conocemos las cualidades morales de las hadas, y de las brujas, pero los hombrecillos de mi madre carecían de un estatus moral. Simplemente, eran hombrecillos. Esto,m que de mayor me produce alguna perplejidad, de pequeño me parecía normal. Si habías conseguido ser un hombrecillo, no necesitabas ser otras cosas. Sólo los hombres necesitan ser ingenieros o periodistas o abogados.

Muchas veces me pregunté por qué estos seres carecían de una réplica femenina, pues mi madre siempre hablaba de hombrecillos, jamás de mujercillas. Yo los imaginaba con sombrero de fieltro y corbata. Eran en general muy fumadores y parecían gozar de una buena posición económica. Un día le pregunté a mamá por qué no estaban casados con señoras del mismo tamaño y levantó los hombros como si no tuviera explicación. Pero luego no pudo resistirse y añadió con expresión de orgullo: «Es que están enamorados de las mujeres grandes

La editorial Seix Barral convocó en su día un concurso que constistía en la interpretación de este cuento de Juan José Millás. El ganador resultó ser Alberto Oliveras y éste es el vídeo que ganó: http://www.losobjetosnosllaman.com/concurso.php

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    Ahora una noticia de casa; Susana Báez, miembro del equipo de editores de la revista En Sentido Figurado (www.ensentidofigurado.com ), ha sido nominada (junto al resto del Colectivo Palabras de Arena) al premio The Astrid Lindgren Memorial Award, por su colaboración en «Una habitación propia para las palabras en Ciudad Juárez«, en donde comenta la inauguración de la Biblioteca Independiente Ma´Juana. Mi enhorabuena. La noticia completa, aquí: http://www.alma.se/en/Nominations/Candidates/2011/.

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Chicas/os, amigas/os,  os dejo. Hoy estoy espesilla y eso que es viernes, jajaja. Que tengáis un fin de semana estupendo. http://www.youtube.com/watch?v=sf2qYa8c-cA .

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He vuelto. Me gusta este post que Carmen Córdoba publicó ayer en su casa virtual: «La mentira se salva por otra mentira». Fiodor Dostoievsky en su esplendor. http://cordoba1404.blogspot.com/ .

Autor: valeriatittarelli

Redactora freelance, community manager y bloguera. Investigación y generación de contenidos para redes sociales y blogs. Artículos, notas, reportajes.

8 pensamientos en “Adivina

  1. Buen post. Interesantes los comentarios de Ortega y Valls. Buena presentación la del Cuti.
    Ya ha sido fallado el VII Premio de Poesía García Lorca: María Victoria Atencia (Málaga, 1931).
    Y hasta aquí que yo estoy de resaca, leñes.

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  2. Es lo que pasa cuando se excede una con los «combinados» :).

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  3. Cutillas quizá no lo sepa, pero su modelo de presentación en realidad no está tomado de la de Olgoso («10 razones por las que odio a Félix J. Palma»), sino de la que meses antes el propio Félix J. Palma hizo a Care Santos en Tres rosas amarillas («10 razones por las que odio a Care Santos»), y con la que Olgoso jugaba.

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  4. Jesús, yo a ti te odio por una sola razón: te las sabes todas, ¡só sabio!, jajaja.
    Con mucho cariño, Valeria.

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  5. Cris a la derecha, Carmencica a la izquierda. Que no sabe rodearse bien el poeta…

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  6. Suerte a tod@s. Hay que seguir respirando este oxíegneo dados los malos aires que se gastan los que visten día a día con sus camisas de fuerza sociales y políticas y con los trajes de tanto horror. Saludos y abrazos desde Palma de Mallorca tras el segundo día de feria, Julián Sánchez Caramazana

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  7. A quién se la copiaría Félix J. Palma?

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  8. De acueeerdo, lo reconooozco: yo fui el inventor de los decálogos de odios; comencé con IKEA, continué con «El hombre y el mar» y me busqué la ruina con «Qué apostamos»: Ramón García me vetó e impidió publicarlo, hecho que aprovecharon Félix Palma, Ángel Olgoso y Ginés Cutillas para robarme vilmente la idea y aprender el bello arte de la aversión fingida.
    Como veis, los puentes muy largos no son buenos para la salud mental.
    Je.

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